El celo apostólico ha de consumir nuestro corazón y desde nuestras clausuras, hemos de desplegar en beneficio de los hermanos.
Madre Mercedes de Jesús,  Monja de la Orden de la Inmaculada Concepción.  1935-2004
Monasterio




Monasterio de la Inmaculada
y de Santa Beatriz
Monjas Concepcionistas O.I.C.

Calle Virgen 66
13600 Alcázar de San Juan
(Ciudad Real)
España

Telf.: 926 540 009
Llamadas de 9 a 13 h.

Horarios de celebraciones
en el Monasterio


SANTA MISA

Invierno :

De Lunes a Viernes
A las 9:00 h.

Sábados, Domingos y festivos
A las 18:00 h.

Verano :

Todos los días a las 19:00 h.






Jardines del Monasterio


MonasterioJardinesNevada del 25 de Enero de 2007

"Oh Señor, Dueño nuestro, qué glorioso es tu nombre en toda, la tierra" (Salmo 8,2). Es ungüento derramado en toda la creación, que las concepcionistas contemplamos y adoramos".

Todo en el Monasterio nos ayuda a la contemplación del que nos llamó a "estar con él" a seguirle muy "de cerca" por ello le decimos que sólo deseamos tener sus mismos sentimientos y obras, los que tuvo durante su vida terrena.


Toda la creación en su orden, en su paz, en su belleza, en su armonía cuando el hombre no la violenta, es una manifestación del nombre adorable de Dios, de su Ser, de su Paz, de su Amor, de su Vida, de su Bondad, de su Belleza, que se derrama como un ungüento. “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” En toda la tierra. En el canto del ruiseñor, en el perfume delicado de la rosa, encontramos la suavidad de Dios. Todo ello pregona dulcemente la huella divina; todo ello es una transparencia viva del amor divino hacia nosotras.

Invernadero del Monasterio

En la creación ha derramado su bondad y amor, que es su Nombre, abundantemente. Ha sembrado la tierra de bienes. Así lo canta la Biblia: “Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo las obras de tus manos. ¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios! El ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta” (Sal 91,5-7). Así es, hermanas queridas, así es, el necio no se da cuenta. Pero no debe ser así en nosotras, que hemos recibido esta vocación de cantar, amar y vivir la belleza y la santidad de la creación. Nosotras sí debemos empeñarnos en entender el profundo amor de Dios que encierra la creación, y sus designios divinos. Aquí debemos movernos en nuestro propio ambiente, viviendo, contemplando y amando el amor divino en toda la creación. Y tratando de ser reflejo del modo de ser de Dios, de su paz, armonía, sobrenaturalidad, ausencia de violencia, santidad, como lo reflejó nuestra Madre Inmaculada, hemos de encontrar y contemplar en lo creado el beso de Dios a la tierra, la suavidad de sus perfumes. Beso divino y perfumes de santidad y eternidad que transformen nuestra existencia y la de todos los hermanos; de modo que pueda llegar a su plenitud todo lo creado. La contemplación de toda la creación evoca la nuestra, y nos adentra más y más en la espesura del amor divino y en su fuerza creadora: “Arrástrame tras de ti: ¡corramos!” (Cant 1,4), le decimos. Corramos para entrar más hondamente en el conocimiento del amor e intimidad divina que encierra la frase: “Hagamos al hombre a nuestra imagen según nuestra semejanza” (Gén 1,26). No somos ahora, pues, nosotras, el objeto de nuestra contemplación, sino Dios mismo amándose en el Verbo de nuestra creación.

Dios comenzó su relación con nosotras y su intimidad por medio de la vida. ¡Comunicándonosla! Comunicándonos su espíritu que es el que nos dio la vida natural y la sobrenatural. Pues por ahí vamos a comenzar nosotras nuestra intimidad con Él y el proceso de oración o vuelta a su imagen de santidad, contemplándole en cuanto tiene vida.

Lo hacemos primero contemplándole en la creación, que es lo más tangible y fácil de contemplar. Si lo hacemos con la simplicidad del niño (Lc. 9, 46-48) le reconoceremos en todo lo que existe como Fuente de la vida. En la belleza de la flor y de toda belleza que existe en la creación descubriremos la Belleza de su Autor. En la grandeza y majestad de las leyes que gobiernan este nuestro mundo físico, contemplaremos la grandeza, majestad y poder de nuestro Creador y Padre. ¿Quién no admira la sabiduría de Dios en el mundo de los astros, en el de los minerales, en el de los vegetales, en el de los animales, en el de la naturaleza humana? ¡Cuánta materia para contemplar!

Nos puede ayudar también a contemplarle la misma Palabra de Dios describiendo las maravillas de la creación. Leamos lo que nos dice:

“Por la palabra del Señor fueron hechas las cosas y la creación entera obedece a su voluntad… la obra toda del Señor está llena de su gloria… Cuán deseables son sus obras, y aun en una chispita se ve esto. Todo vive y permanece para siempre… Todas las cosas son distintas unas de otras y nada ha hecho imperfecto. Una cosa hace resaltar la bondad de la otra. ¿Quién podrá saciarse de contemplar sus bellezas?”

“Orgullo de las alturas es el firmamento… y la bóveda celeste es un espectáculo bellísimo. El sol, al surgir, pregona: ‘¡Qué admirable es la obra del Altísimo!’ Al mediodía abrasa la tierra, y, ¿quién puede resistir su ardor?... Grande es el Señor que lo ha creado… También la luna, siempre fiel a su curso, regula los tiempos… astro de luz que decrece después de su plenitud… abanderada de las huestes de la altura, que brilla en el firmamento de los cielos. La belleza del cielo es la gloria de sus astros, brillante ornamento en las alturas celestes. Por la palabra del Señor guardan su orden… Contempla el arco iris y bendice a su Hacedor; ¡qué hermoso es su esplendor! Como pájaros que se posan hace él caer la nieve… Los ojos se maravillan de la belleza de su blancura, y el corazón se extasía de verla caer. Derrama sobre la tierra como sal la escarcha… y el hielo se congela sobre las aguas… y como una coraza la reviste… y el rocío… todo lo alegra…”

“Con un consejo domó el océano… Allí no existen más que obras extraordinarias y maravillosas, mil géneros de animales y monstruos marinos. Por él, todo concluye felizmente… Muchas cosas podríamos decir y no acabaríamos. En suma: Él es todo. Y, ¿cómo hallar fuerza para glorificarle dignamente, ya que Él es más grande que todas sus obras? Alabad al Señor… cuanto podáis, porque está muy por encima de vuestras alabanzas… ¿Quién podrá engrandecerle como Él se merece? Muchas cosas hay ocultas mayores que éstas, y pocas son las que hemos visto de entre sus obras”. (Eclo. 42, 15-25; 43, 1-32).

La contemplación de la creación ha de ser una lectura de las maravillas de Dios, que nos lleve, sin vacilación, a la admiración y a la alabanza de su Ser divino, porque es el medio de relación con su sabiduría, poder y bondad divina, que ha de llenar de gozo nuestro corazón y ha de impulsarlo a vivir la “bondad” de la creación. Hemos de recordar con frecuencia lo contemplado, la belleza y bondad que Dios puso en ello y dejar que esa belleza y bondad toque nuestro corazón, nuestra mente. Éste es el fruto que hemos de sacar de esta contemplación: ir fijando, poco a poco en nuestra alma la bondad de Dios impresa en la creación, de modo que nos vaya cambiando. Que la agresividad que radica en nosotras pierda fuerza, y nos invada, en cambio, la bondad y la paz de Dios.

Dejad que el eco de la voz creadora de Dios y la suavidad de su espíritu vayan entrando en el vuestro, y veréis cómo comprobáis el cambio en vuestro interior, y cómo os sentís atraídas por la contemplación, pues llegadas aquí, la contemplación siempre produce deleite. Y produce luz para creer en Dios con fe cada vez más viva. Y aviva el amor para comenzar a enamorarnos de Él, de su sabiduría, de su grandeza, de su ternura, de su bondad. Y nos hace ver que todo lo que tiene existencia es una chispita y recuerdo del que es la Vida. Todo lo que tiene belleza es memoria del que la Causa. Todo lo que encierra ternura o bondad es presencia del que la origina. ¡Dios nuestro Padre, a quien retornamos, a quien deseamos, a quien amamos!

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